#ElPerúQueQueremos

Poesía para los envenenados

En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven.

Nicolás Maquiavelo

Publicado: 2014-10-02

Hay muchos motivos para estar intoxicado, en especial si lo que se busca es entender la política nacional libremente, basado en la observación y escrutinio de la información que circula. El poder discernir en un medio por demás nebuloso es sumamente difícil, pero no imposible. Para quienes estamos hartos de que nos tomen por idiotas y de tener que votar siempre por el "mal menor" se vuelve una necesidad. Es por ello que dejaré una lista de razones por las que la ponzoñosa realidad nacional difícilmente cambiará mientras no tomemos conciencia plena:

1. La insensatez, inmoralidad e ineptitud de la gran mayoría de políticos (no importa el color que vistan) es aberrante. Pero, sobre todo, estoy asqueado de la falta de discernimiento e irresponsabilidad del pueblo que los ensalza. Todo ello nos condena al fracaso, a la división, a ciclos y ciclos de debilidad, degeneración y pobreza. La demagogia y la simpleza campean y son tomadas como muestras de eficiencia, honestidad y responsabilidad, cuando deberían verse como corrupción, torpeza y miseria.

2. La política de burdel que caracteriza nuestro país es otro de los puntos. Todos nuestros “representantes” están en venta al mejor postor, únicamente piensan en su beneficio personal y/o en el bienestar de un sector en particular. Son tan farsantes que tienen el desparpajo de negarlo y hablar de bien común y desarrollo, mientras nos refriegan en el rostro que ellos hacen lo que quieren y se blindan entre sí. Debemos entender que la ley que los faculta con autoridad sobre las libertades y, en gran medida, sobre los destinos de la comunidad jamás los limita. Creer lo contrario, con los hechos que se ven, es inocencia en su máxima expresión. No tenemos mecanismos efectivos de control ni sanción. Ellos son jueces y parte.

3. La basura que pulula en todos los medios de comunicación no puede ser olvidada. Es detestable que todo se reduzca a fruslerías y a sentir –nunca pensar-. Incluso, las valoraciones de “líderes de opinión” son meras tonterías. Es por ello que también aborrezco que en los círculos de reflexión –de mucha educación o nula ilustración- se establezcan cánones que generen brechas insalvables con otros y, por ende, que se limite la permutación del pensamiento para adaptarse al entorno. Al no encontrarse enfrentados a posturas alejadas o ajenas en un escenario de coincidencias (no politiquería), por mínimas que sean, es muy difícil negociar y llegar a acuerdos sin muchos sacrificios de las partes. Exacerbar la noción “mi forma de pensar es la correcta y única” siempre ha sido clave para gobernar –divide et impera-.

4. Lo anterior lleva a ideas como que la individualidad no pueda coexistir con lo comunitario. Sé que suena contradictorio pues todos somos proteccionistas en alguna medida y tenemos vida social. A lo que me refiero es a la necesidad de cambiar el patrón de “tener la razón” a “razonemos juntos”. El vernos como parte del mismo problema ayuda a que la búsqueda de beneficios trascienda lo personal y/o inmediato. Aquí nadie habla de total renunciación, de abolición de lo privado ni mucho menos; lo que expreso aquí es un requisito para vivir en sociedad, lo mínimo necesario. Es lógico que todos cuidemos nuestros intereses, pero es necio centrarnos en eso solamente. Nadie puede conseguir que un país ande y que buenas ideas se desarrollen si no se crean interacciones virtuosas a todo nivel.

5. Las posturas encasilladas en dogmas invariables, de las que hablé anteriormente, sumadas a la política de burdel resultan en un embrollo de rapacidad e ideologías muy diversas. Ello vuelve comunes a todos los políticos los siguientes rasgos: el delirio mesiánico, el complejo de mártir y honesto. Asimismo, todos se endilgan la defensa de la libertad (¿o del libertinaje?) para algunas cosas y el conservadurismo para otras. Aparte, no podemos olvidarnos de los sabores especiales y muy rankeados como el autoritarismo, el totalitarismo y la demagogia en todo su esplendor (que todos cargan encima, pero que esconden “prudentemente”). En conclusión, el populorum les importa muy poco. Son contados con los dedos de las manos los personajes que se libran de esta descripción.

a. Del punto anterior se desprende que tengamos la izquierda menos evolucionada de toda América (sean caviares, socialistas o comunistas). Esta gente sigue pensando en tener sus grandes revoluciones y transformaciones a lo bolchevique y maoísta (claro que con harto maquillaje). La verdad es que siempre que llegan al poder el despilfarro en nombre del pueblo y la inefectividad son pan de cada día –basta ver al Perú hoy-. No se ofendan, pero vivan lo que predican.

b. Por otra parte, la derecha nacional no se queda atrás. Aparte de todo lo dicho en el numeral 5, llegan a excesos de “el dinero por el dinero” (claro que no dicho de esa manera, saben camuflarlo). Adolecen de una visión más cercana y empática de los problemas locales, quizá no todos sus militantes, pero si buena parte de sus ideólogos, quienes están siempre muy pendientes de las tendencias globales. Lo que sí, sus gestiones, con corrupción y harto populismo también, han sido significativamente mejores que las de su contrapeso. Asimismo, son más coherentes en líneas generales, no niegan con tanta vehemencia que el beneficio personal es uno de sus motores (lo llaman crecimiento) y que otro tanto se trata de “servir”.

c. La gentita de centro –con sus matices de izquierda y derecha- son moderaciones positivas y necesarias para buscar un equilibrio. Son saludables y, en teoría, ese balance es lo que necesita el Perú. Sin embargo, no cuentan con representantes coherentes ni carismáticos actualmente. Es una pena que la gran mayoría sean reciclados y saltimbanquis políticos. Además, las ideas más equilibradas y prácticas no gozan de popularidad con el pueblo. En el Perú lo que no tiene ese saborcito a caudillismo y populista jamás embelesa, y esa sazón solo se encuentra en los lados del espectro. Supuestamente, el 58% de peruanos nos ubicamos como ideológicamente centrados, pero la realidad es que hay más personas con un color definido de lo que nos gustaría admitir. Concluyo ello por la forma en que se está llevando la actual campaña electoral. Un espacio que debería ser para diálogos más técnicos que políticos se ha vuelto una lucha de pensamientos enmascarados, eso sin contar los fuertes visos personalistas. ¿Dónde quedó la exposición de ideas para administrar una ciudad en su verdadera naturaleza y alcance? Quizá todo ello responda a mucha ignorancia y mucho floro.

6. Me asquea que la gran mayoría de peruanos sean envidiosos, injustos, mezquinos, desinformados y poco pensantes. Cabe aclarar que nada de esto es peyorativo, simplemente hago una afirmación de algo que es de común conocimiento y de lo que todos, sin excepción, hemos sido parte alguna vez. He llegado al convencimiento de que uno puede estar en contra de algo o alguien por determinadas razones, vale, pero aprendí también que nunca se debe divorciar de la realidad de hechos que son evidentes para todos y que rebaten por sí solos cualquier posición. Todo lo mencionado al inicio de este párrafo son características propias de gente que no entiende de límites ni sabe defender ideas; personas amantes de la desinformación (en redes sociales, foros, radio y tv están a la orden del día). Parece que aquí hemos olvidado que respetar una postura no significa compartirla, pero no por ello hay que destruir sin ver lo positivo de sus consideraciones –a menos que sean posturas pro-terroristas y sandeces similares que merecen el repudio general-. Deberíamos ser más objetivos, al menos tratar, ir más allá de la subjetividad natural del ser humano.

Bajo todo lo anterior, no es de extrañar que tengamos los políticos que tenemos, las instituciones tan podridas e ineficientes que hay y una politización constante de lo que debería ser práctico y profesional. Parece que las palabras prudencia y sagacidad están a años luz de nuestro vocabulario y entendimiento. Somos una sociedad de pan y circo, lo peor, es que son muy pocas las personas que buscan romper con ello. Como dice Maquiavelo, pocos entienden lo que ven. Nuestra historia está llena de eso.

Para finalizar, a mi juicio, la democracia peruana es un consenso ilusorio que seguirá una vorágine descendiente hasta que alguien, por fuerza militar o popular, tome el poder y se entornille ahí. Es triste ver que siempre tropezamos con la misma piedra en el mismo viejo camino.


Escrito por

Carlos Daniel

Administrador de Empresas. Especialista en proyectos para el desarrollo. Escritor y compositor.


Publicado en

Consenso Ilusorio

Espacio de política. No me caso con nadie.